jueves, 20 de septiembre de 2012

Un martes... uno cualquiera...

Martes, 16 hs., salgo de la psicóloga, mientras atravieso el playón del hospital siento algo raro. No sé qué es.  Es como un pinchazo en alguna parte de mi cuerpo, o de mi alma. No sé, sigo caminando.  La tarde está agradable. Voy pasando por la puerta de la guardia. Me llama la atención un muchacho en silla de ruedas, está tomando una gaseosa al sol. Charla, tranquilo, con su acompañante. El recuerdo golpea mi cabeza. Me doy cuenta que allí detrás de esa puerta fue donde murió Santi. El pinchazo ahora tiene sentido. Ahora duele.  Se me escapan un par de lágrimas, las seco. Sigo caminando. No hay mucho más por hacer. El colectivo tardo bastante. Al fin llegó a Lanús. Me voy a un bar a tomar algo. No quiero volver a casa así. Ya bastante triste es llegar y que su sonrisa sea solo un reflejo en un papel. Elijo una mesa, me siento y trato de pensar en nada. Saco mi libreta y trato de garabatear algo que me saque de esa sensación, la del pinchazo, digo. Me pido un tostado y una coca, Zero. Pienso, en Santi, obvio. Me lo acuerdo, con ésos ojazos, con ésa sonrisa, con ésos gestos de niño curioso, siempre. El no fue solo mi gran amor, fue mi inspiración,  fue un despertador de mi alma, que, hasta que lo conocí a él estaba dormida, fue mi escudo en cada batalla, fue mi refugio en cada derrota, fue mi todo y mucho más. Gustavo, su amigo del alma, afirma que Santi era un ser enviado a cumplir una misión a esta tierra. A veces creo que Gus tiene razón, fue el ser más especial que conocí de entre muchos seres especiales que conozco. Me acuerdo de su sonrisa, de esa sonrisa picara, esa la de la foto que puse sobre mi escritorio, en mi nuevo trabajo, y sonrió. Esa sensación, la del pinchazo, ya casi no está. Pienso, cómo es que desde hace casi un año todos los martes paso por la puerta de esa guardia, de ése lugar donde se durmió Santi por última vez y recién hoy me di cuenta de eso? Otra pregunta sin respuesta para mi colección. El mozo me trae el tostado, y la coca, Zero. Estoy en esta esquina de Lanús, en esta pizzería que tiene, creo, tantos años como el mismo Lanús. Como estoy escribiendo en mi libreta tengo los anteojos puestos, miro por encima de ellos y desde donde estoy mirando por la puerta de la pizzería veo las piernas de la gente que pasa apurada por la vereda. Levanto la vista y veo, también a una chica que espera a alguien. Es alta, delgada, morocha y espera, bastante impaciente. No sé qué hora es exactamente, deben ser más o menos las cinco de la tarde. Normalmente a esta hora pasan muchos niños de regreso de la escuela, hoy no, no hubo clases.  Llega él. La chica, la que esperaba, sonríe, lo abraza, lo besa. Hace todo muy efusivamente. El muchacho no es tan demostrativo, tal vez lo sea en la intimidad, ahí en la calle, no. Es más hasta parece incomodo.  Entran a la pizzería, se sientan debajo de uno de los televisores, el otro está justo arriba de mi mesa. Ella se quita el abrigo, debajo tiene una remera medio corta, con la espalda bien abierta y el escote en V, tipo las mallas de los 70. El queda de frente a mi lado. Lo veo mover la boca, no escucho que hablan porque estoy bastante alejada para hacerlo y porque, además, tengo los auriculares puestos. Ella sigue efusiva, el no. La veo gesticular de espalda, el tiene cara de estar pensando en otra cosa, pero la mira, no siempre, a veces se le escapa la mirada hacia el televisor, este, el que está justo arriba de mi mesa. Atrás de ellos, en otra mesa, hay otra pareja, dos personas mayores, le están entrando a un pizza, él toma cerveza en balón, ella un jugo de naranjas. También charlan. Menos efusivos, me imagino que sus voces también deben estar más cansadas, y sus oídos más acostumbrados a escucharse. Aquí más cerca de mí hay dos chicas, llaman al mozo para pagarle. No las había visto cuando entré. Tal vez llegaron después, aunque veo que consumieron mucho como para haberlo hecho en tan poco tiempo. El mozo, haciéndose el galán,  trae el vuelto, les dice algo, las chicas sonríen. Seguramente el mozo, que tiene oficio, sabe que decir siempre para que los clientes se vayan con ganas de volver. Las chicas, no son como la otra, digo, ni delgadas, ni altas, una tiene el pelo medio rojizo, la otra teñido color rubio menemista. Se van, seguramente y a pesar de que están bastante bien arregladas lo que le haya dicho el mozo será mil veces más agradable que lo que le dirá ese señor con cara de zarpado que a cada mujer que pasa le dice algo, y al que veo por el rabillo de mi ojo desde la ventana que tengo a mi lado. La otra chica, la efusiva, sigue gesticulando. El chico, ahora se está tomando una Stella, y la mira como que ya lo que la chica le dice no le importa nada. Hace calor y la cerveza le debe haber bajado la temperatura. No se recordando un tuit que leí el otro día, da la sensación que la chica le está hablando de comprar el lavarropas o el horno a crédito, en Garbarino, y parece que a él, por lo menos en este momento no le importa, ni el crédito, ni el horno, ni la ropa sucia. La señora, la del marido y la pizza, me mira, claro, se debe preguntar qué carajo hago yo que los miro y escribo. Aunque desde aquí veo que en el otro televisor están pasando el sorteo de la lotería. Tal vez la señora no me mire a mí, este viendo los números, que yo, desde aquí,  no puedo ver. Igual no me importan, no jugué. El muchacho va por su segundo vaso de cerveza, la chica, la efusiva, pidió un café. Un café! Con esta tarde hermosa y acompañada, un café. Ahora entiendo porque la poca efusividad del muchacho. Afirmo entonces que lo quiere convencer de sacar el crédito. Afuera mientras tanto la gente sigue pasando. Todos van apurados, el señor zarpado no se cansa de decirles cosas a las mujeres, no quiero ni imaginar que les dice, ninguna se sonrió hasta ahora. Un niño entra repartiendo tarjetitas. El mozo, no el galán , otro, lo echa del lugar. Es una historia tan repetida, tantas veces discutí por eso. Hoy no puedo, no tengo fuerza, ni ganas. A nadie más parece importarle, ni el niño, ni los modales del mozo, ni mis pocas ganas. Termino mi tostado. Tomo mi último trago de coca, si hubiera estado acompañada, seguramente hubiera sido el último trago de cerveza. Pero sola, la cerveza no tiene el mismo gusto. La señora y el señor de la pizza van ahora por unos flanes, ambos, con crema y dulce de leche. La chica, la morocha, sigue gesticulando. El chico, el poco efusivo, parece que ahora se concentró en lo que la chica dice, misterios de la cerveza.  Las otras chicas salieron y no ví si el zarpado les dijo algo. De repente el lugar se lleno de gente. Ahora hay muchas otras mesas ocupadas. En la calle, en el mismo lugar donde estaba esperando la otra chica hay ahora una chica de pelo corto, castaño y muy bien arreglado. También espera, mira el reloj, revisa el celular, parece más chica que la otra. Pero igual que la otra debe andar por los veintialgo. Llega su espera. Es flaquito, morocho, bien arreglado, debe oler rico. Se besan, con efusividad, ambos. El le agarra la cara, le dice algo, ella sonríe, lo abraza. Se agarran de la mano y cruzan la avenida, se pierden entre la gente, no van a apurados, se pierden despacio, en el apuro de los otros. Llamo al mozo, le pago.  Cuando me trae el vuelto me dice algo, no sé qué, sigo con los auriculares puestos. Le sonrió igual. El mozo y yo sabemos que igual voy a volver, vengo a esta pizzería desde los 2 años. Estoy segura que  cuando yo empecé a ir allí este mozo ni siquiera había nacido. Guardo mi vuelto, ahora voy a cerrar esta libreta, me sacaré los anteojos, guardaré todo, tomaré mi abrigo y saldré, seguramente el señor zarpado me dirá algo, algo que no voy a escuchar. Me gusta obviar las guarradas. Voy, yo también a perderme en el apuro de la otra gente. Yo no estoy apurada, me da lo mismo llegar más tarde. Total, nada va a cambiar. Nada. El pinchazo, aquel que sentí cuando salía del hospital, ya no duele. Sólo me queda pensar en cómo hice todo este tiempo para pasar por ahí sin sentir esa angustia, o ese pinchazo, en el alma. En mis oídos suena Kane, dulce para salir a la calle. Cuando llegue a casa lo primero que haré será sacarme las botas, ahora me di cuenta que me están molestando. La foto de Santi allí, sonriendo, pícaro, hermoso, me dará la fuerza que necesito para terminar este día. El martes próximo tal vez ser repita esta rutina, la del hospital, la psicóloga y todo eso digo. Mientras tanto, nos estaremos viendo por ahí.

2 comentarios:

  1. Una montaña rusa, pero me encantó. Un abrazote.
    Guillermo (Sarra, Coso)

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  2. Alicia querida, tal vez, si coordinamos, nos buscamos, nos juntamos y nos reecontramos, el ultimo sorbo de birrita vuelva a tener sentido, querida amiga, entre charlas de buenos viejos tiempos y presentes conciliadores.
    Te dejo un fuerte abrazo querido ali.

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